La escritura es un proceso orgánico, íntimo y único. Dar a luz un texto es un «hacer» en el que la dimensión vital entra en tensión creativa con la materia prima que es la palabra —sus sonidos, ritmos, tonos, sentidos— para decantar en su propia forma. Más que en fórmulas o en la planificación a priori con determinadas características estilísticas o estéticas, creo fielmente en la aventura de adentrarse en el lenguaje con asombro, atención e intuición; creo en el fértil diálogo entre cabeza y corazón, que trabajan conjuntamente en la exploración de las posibilidades y desafíos que el poema va revelando en su hacerse.